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28 de enero de 2009

Si existiese Utopía.

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Estoy seguro que todos, alguna vez en la vida, en algún momento en concreto, hemos pensado qué haríamos si pudiésemos cambiar las cosas. Si pudiésemos cambiar el mundo, estoy convencido también que en general todas las personas pensarían, mas o menos, lo mismo. Haríamos que se acabasen las guerras, el hambre, las injusticias, inventaríamos medicinas que curasen las enfermedades incurables. Todo altruismo.

Si pudiésemos cambiar nuestro entorno, lo ajustaríamos a todo aquello que siempre hemos imaginado. Nuestros vecinos serían educados, como nosotros nos creemos, y nos saludarían siempre que nos los cruzásemos en la puerta de casa, el del piso de arriba no saltaría a todas horas, ni el de al lado pondría la música (aquella, precisamente, que no soportamos) a todo volumen cuando estamos durmiendo, siempre encontraríamos una tienda donde lo que quisiéramos comprar estaría rebajado un cincuenta por ciento, los jefes nos aumentarían el sueldo sin tener que negociar… Resulta tentador, ¿eh? Yo, desde luego, pediría ser invisible. No me digáis que no sería tentador.

Bueno, pero aquí entra en escena lo que cambiaríamos de nosotros, para nosotros. Parece fácil decidirse pero, como todo en la vida, siempre hay la cara oculta. Pensemos. Primero, y seguramente generalizado, pediríamos al supuesto genio de la lámpara ser más jóvenes (esto no va dirigido a los veinteañeros, se sobreentiende), pero eso si, con la experiencia de lo vivido hasta ahora, no sea que nos olvidemos de algo y después nos volvamos unos unos inmaduros. Ganar más dinero, o ser millonario, englobaría lo del coche de nuestros sueños y aquella casa que vimos una vez en una revista del corazón (si, de esas que solo leemos en la consulta del médico o en la peluquería, no sea que nos acaben tildando de superficiales). También nos pediríamos el estar con la mujer u hombre de nuestros sueños (si, si, aquella o aquel que tienen cuerpo de modelo y cerebro de premio nobel), ideal con la que compartiríamos nuestra vida para siempre, casi sin envejecer. Así seguiríamos hasta hacer nuestra vida perfecta.

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Pero, una vez conseguido nuestro propio mundo de Utopía (si Tomás Moro levantase la cabeza), seguramente nos daríamos cuenta que para conseguir todo lo que nos hiciese feliz, alguien padecería por nuestra culpa. O si no, ¿donde iría a vivir la gente que habitaba nuestra casa soñada?¿a cuántos de nuestros compañeros de trabajo tendrían que despedir para pagarnos el sueldo que creemos merecer?¿y la comisión del vendedor de coches que ya no podría venderlo por culpa que nosotros nos lo hemos llevado “por la cara”? Y finalmente, ¿qué pasaría con el novio, marido o amante de la mujer que deseamos? Solo es cuestión de planteárselo, y decidir si nos compensa hacer daño a otro para conseguir lo que deseamos, o lo que es lo mismo, vivir para siempre en la cara oculta de la luna. Yo, desde luego, ni me lo pensaría, porque solo se vive una vez.